martes, 9 de agosto de 2011

¿El viaje o la huida?

  

     Hace algunos años, durante un viaje por Turquía, trabé amistad con dos personas que, tras conocernos un poco, me preguntaron si mi incesante estar viajando o preparando nuevos proyectos de viaje no podría significar que estaba huyendo y a lo mejor necesitaba un descanso para enfrentarme a la realidad de la muerte de mi mujer.

     Tal vez sí -les dije. Seguramente no haya hecho otra cosa que huir desde entonces.

     Pasó algún tiempo, y entonces cayó en mis manos un libro cuyo preámbulo transcribo a continuación, convencido de que no dejará indiferente a nadie. A mi me causó tan profunda impresión que no dudé un instante en remitir el texto a mis amigos. Creo que nadie podría explicar mejor EL VIAJE, o al menos MI VIAJE:


     "Acosado, cierto, pero sin entenderse a sí mismo, el hombre está entregado a su destino que una vez aparece como desventura, luego como felicidad, y quién sabe si de alguna otra manera; pero a la postre todo se sumerge en lo desmesurado que no admite denominaciones y frente a lo cual, como ya han dicho muchos, toda aseveración es una soledad, una isla. Por eso no hace falta duelo. También es bueno no querer hacerse con muchas opiniones, porque, guiado por visiones y temores, además siempre ansioso de lo que no existe o de lo que justamente, caso de existir, parece vedado, uno se inclina hacia esta o aquella consideración, juegos de espuma de una sabiduría sensata o ciega en su confianza, hasta que finalmente se toma conciencia de cuán poco claras son todas las opiniones, y la manera más prudente de comportarse es, sin renunciar expresamente a ellos, no participar en los combates que se libran por salvarse de la basura con más afán del que ya exige por sí solo el simple transcurso de la vida.

     Así se consigue un poco de descanso. Es un descanso en una huida interminable, pero sin embargo verdadero descanso. No es, que esto quede claro, una huida de si mismo, por más que eso se imponga a veces, pero es la huida de un avance inconmensurable en las tortuosidades de un solo terreno; debido a esa permanencia en un solo terreno se lo puede calificar de descanso porque en el escenario de los tiempos todo se torna actualidad. Tú participas. Recorres muchos caminos, y te presentas en muchas ciudades con tus familiares y amigos, estás de pie, caminas, te apagas y mueres. No piensas que aún sigues en escena aunque admitas haber estado antes en ella. Sin embargo te equivocas porque ellos te cogieron y te volvieron a llevar del fugaz viaje al escenario. No has escapado, aunque te hayas hundido, metafórica y realmente.

     Pero ¿qué ocurre en la escena? Se han probado al respecto muchas metáforas que a menudo tenían mucho de acertado, pero ninguna nos conviene más que la imagen del viaje que podemos concebir como huida. Pero ¿quién es ese ser que en todos los recorridos sólo se recuerda a sí mismo? Es el propio recuerdo que se va de viaje y que ya estuvo siempre en camino. Sin embargo, ese ser no tiene que abandonar su lugar actual, por eso actúa en el presente y, para desenvolverse, encuentra bastante espacio en un solo teatro que no necesita más preparación que la presencia de ese ser recordador, y por tanto, junto a la imagen del viaje llamada huida se encuentra la del descanso que se desarrolla en el recuerdo.

     Se nos ha reprochado a menudo lo inútil de nuestro propósito, diciendo que deberíamos guardarnos de aparecer en público. Pero no podemos condenar nuestro propio quehacer, a no ser que quisiéramos renunciar a nosotros mismos. Así, siempre reanudamos nuestros intentos, probablemente espoleados por una avidez que sólo define nuestra propia condición: somos los mensajeros de la vida. La metáfora, encontrada antes, del viaje y del descanso no se convierte en otra cosa que en una metáfora de uno mismo, tan pronto entramos en actividad, pero se torna inválida ante el mundo porque ahora todo aparece movido y sin duda se transforma realmente en movimiento. Se puede incluso hablar con buen fundamento de una pasión, de una obsesión, que debería ser capaz de arrastrar consigo a otras personas en la media en que hemos logrado introducir el vivo aliento de nuestras vivencias. 

     Entonces, por supuesto, somos nosotros mismos nuestra obra; de que nos rechacen o de que nos acepten depende en último término más de lo que uno puede confesarse a sí mismo, a saber, la prosperidad de un mundo que de su más profunda desesperación y de su máximo entusiasmo está llamado a configurar su propia faz, en cierto sentido eterna, mediante el aprovechamiento exhaustivo de nuestro rendimiento, que es importante pero que, tomado él solo, o sea, sin la participación y la colaboración del mundo, no es realizable.

     Así, el descanso está despedido y eliminado, pero no del todo; su reflejo sigue siendo perceptible para nosotros y para todo aquel que, aun en el miedo y el horror del momento concreto, cuando toda dignidad y toda intimidad ponen peligro de quedar destruidas, es consciente de que incluso en todas las convulsiones de un teatro del  horror se puede descubrir un núcleo indestructible, un centro que ni siquiera queremos llamar ideal porque su realidad es comprobable para el corazón indagador. La firme permanencia en ese centro como punto de partida de ese viaje es a la vez su primer y más hondo recuerdo, pero nosotros sólo podemos evocar este último; el centro mismo está tan lejos que no se lo puede calificar de cercano ni de lejano. Justamente por eso se puede entender que ese recuerdo siempre permanezca en nuestro caminar, pero sólo a modo de recuerdo, mientras que nosotros -y con nosotros el mundo entero- carezcamos de un lugar fijo.

     Por eso somos fugitivos, no tenemos otro descanso que nuestro interior, que recordamos, somos viajeros en un recorrido que ninguno de nosotros ha elegido o decidido. Eso no podemos cambiarlo, el viaje ha comenzado, ahora está siguiendo su ruta; mientas dura, no se interesa por nuestro aplauso, no repara en si lo amamos o lo odiamos, pero nos contradice en cuanto nosotros contradecimos.


     Quizás esperen también algunos que se diga algo sobre la meta, al menos sobre el sentido ¡Pero paciencia! Porque este intento sirve menos para expresarlo que para presentarlo A los escépticos, que sepan que no se ha olvidado la meta, puesto que a todo nos apremia la preocupación por divisar una meta; por eso traeremos una y otra vez la meta a nuestra memoria, aunque a menudo las noticias sobre la basura parezcan desmentirnos.

     Algo queda explicado si añadimos que estamos consternados, muy consternados; en eso no podemos ni queremos distinguirnos del mundo que de nada padece más que de consternación pero, más allá de la irrecusable disponibilidad para sentir ese sufrimiento, no nos hemos permitido sumergirnos en el horror por el que tenemos derecho a caminar. No, no estamos perdidos, aunque admitamos la pérdida, incluso muchas pérdidas de las que -al menos sólo con nuestras escasas fuerzas- no podemos resarcirnos. Pero nos hemos situado en escena. Aunque allí, como en todas partes, parezcamos estar solos, no estamos sin embargo abandonados. En ninguna parte estamos abandonados.

     Así, que avancemos o que no nos movamos: no nos compete desde luego a nosotros ni casi a nadie más emitir un juicio sobre si alguien avanza o no da un paso; estemos pues aquí, ya sea en el movimiento que se impone al descanso, ya sea en el recuerdo que se atreve a descansar, hacia delante o hacia detrás, ya sea en la huida, se habla también de la fugacidad del fenómeno, estemos pues en el fenómeno porque eso es movimiento. Pero como mantenemos abiertos los ojos, y no sólo sufrimos sino que también participamos, demos a ese camino lleno de recuerdo el único nombre adecuado: el viaje".

                                                                               H.G. ADLER: "Un viaje" (Preámbulo -La huida-)

domingo, 7 de agosto de 2011

El final del Manhattan bohemio

     El Chelsea Hotel de Nueva York va a transformarse en un edificio de apartamentos de lujo, del mismo modo que le sucediera al Hotel Plaza en 2.005. Tras 65 años bajo la dirección de los mismos propietarios, el pasado otoño estos pusieron a la venta el famoso edificio de ladrillo rojo. No sé si esta triste noticia implica que también el Club-Bar Serena, ubicado en los sótanos del hotel, desaparecerá también, y con él una de las mejores páginas del viaje que cambió mi vida en julio de 2.006. Tal vez nuestro amigo uruguayo Gabriel, pintor, crítico de arte, echador de cartas y otras muchas cosas más, podría informarnos al respecto como asiduo del local.

     Sin duda prefiero los edificios de ladrillo rojo del Soho a los rascacielos del Skyline, pero no quería hablar de arquitectura sino de la progresiva extinción de los grandes iconos del underground, todo ello sin perder de vista el Club Serena, donde asistí a una sesión de música memorable.











Turquía: costa mediterránea y del mar egeo



ATARDECER EN PAMUKKALE ("Castillo de algodón")


Efesos. Biblioteca
Aspendos. Teatro Romano